APUNTES PARA LA HISTORIA DE LA AGONÍA (Isidoro Valverde)

El pasado año se vivió en Cartagena una efeméride gozosa: el nacimiento de la Santa Agonía, una agrupación pasionaria de la Cofradía Marraja; cofradía que también podríamos identificar (porque Cartagena es todavía, afortunadamente, una ciudad doméstica y familiar) como la de Pepe Lara, la de los Vilar, la de Juan Pérez-Campos, la de Paquico Rojas, la de Cárdenas... La agrupación de la Agonía nació, como veremos, entrañable y castizamente cartagenera.


Primeras luces del alba del Viernes Santo del año 1929. La procesión del Encuentro entra en la plaza de la Merced, en el Lago, o lo que es igual: en el mismo corazón de la Cartagena entrañable. Va a pasar por delante de la Casa de Expósitos, fundada en 1866 según reza en la verja de la entrada. Al oír cercanos los tambores, las monjitas de la Casa, presurosas, abandonan esa estancia sobria, de inconfundible aire francés, donde reciben las visitas y donde hacen primores en roquetes, manípulos o albas mientras una lee, en voz alta, vidas de santos para la edificación de las hermanas; esa estancia donde siempre hay un piano Bernareggi que toca Doña Matilde Palmer, la profesora de la Casa; esa estancia de cuyas paredes cuelgan, profusamente, grabados biográficos de Vicente de Paúl o de Luisa de Marillac y unos cuadros, pintados por Ardil, que representan las apariciones de Sor Catalina Labouré.


Sor Mailhán, superiora del Patronato y de la Casa de Expósitos, se encuentra ya en un balcón, en unión de las monjitas de su comunidad, para contemplar esta procesión bellísima y singular. Sor Mailhán, mujer de gran sensibilidad, se emociona con esta procesión que, arraigada hondamente en nuestra tierra, tiene reminiscencias de pescadores piadosos, piar de gorriones, olor a primavera y aire de alborada. Sor Mailhán, francesa de mente ágil muy encariñada con Cartagena, piensa que los muchachos de la asociación de Hijos de María del Patronato deberían formar una agrupación pasionaria y sacar en procesión al Cristo de la Agonía. Sor Mailhán no espera demasiado. Bien pronto, mantiene una conversación con Don Juan Muñoz Delgado, a la sazón primer comisario general de la Cofradía Marraja, y la agrupación de la Santa Agonía queda fundada.


La agrupación fundacional de la Agonía la integran, exclusivamente, muchachos del Patronato. Su primer presidente fue Joaquín Dato, cuyo nombre ha quedado ya inseparablemente unido a la biografía de la agrupación, a la que demuestra, una y otra vez, su cariño insobornable y admirablemente terco. Junto a él, fueron incansables impulsores de la Agonía los hermanos Ignacio y Manuel Ramón. Sus primeros borlistas, Carlos Bonet y Santiago Mediano. Su primer sudarista, Fulgencio Angosto, patronatero... y de la calle Saura, a mayor abundamiento.


Desde su fundación, los penitentes de la Agonía se reúnen en el Patronato momentos antes de la procesión. Durante mucho tiempo, será Pepa quien les abrirá la puerta; me refiero a la madre de Isidro y de Manuel Redondo. El patio del Patronato es el punto de cita, el lugar donde se hace la tan deseada y gozosa tertulia, donde se cultiva el espíritu marrajo y donde los penitentes, que, como buenos procesionistas, no improvisan nada, se tallan cuidadosamente. Desde el Patronato, salen los penitentes de la Agonía el paso de los granaderos, cuando éstos tuvieron que sustituir a los piquetes militares suprimidos por la República. Precisamente, escoltaban a la Virgen California aquel Miércoles Santo de nefasta memoria en que, a la puerta del Café Málaga, se cometió un asesinato que produjo la natural confusión y el fundado pánico que motivó que algunos judíos huyeran y aparecieran ora en los tinglados del Muelle ora en el Castillo de los Patos. Dos días después, el Viernes Santo, arrojarían, desde un balcón de la calle del Parque, un gato al tercio de la Agonía. Eran los barruntos de lo que no tardaría en llegar...


Tras la contienda civil, hubo que empezar prácticamente de nuevo. (Yo vi durante la guerra, en Miranda, a algún mozalbete que majincaba las viñas vestido de granadero). La Casa de Misericordia se convirtió en lugar de recolección de los restos de imágenes, útiles y vestuario que, de una u otra forma, se habían salvado del expolio. José Ramón Ballesta fue uno de los que acudió allí con el fin de ver lo que podía conseguir para sacar a la Agonía. Pudo encontrar unos capuces negros, unos trajes de músicos del Jesús y dos capas de la Agonía; con una de éstas y poco más, como el remate de la vara que José Ramón había sacado de niño en las procesiones, se improvisó el sudario; la otra capa (porque, no faltaba más, había que mantener el tipo ante los murcianos, quienes, como siempre, en la guerra no habían perdido nada), la otra capa, digo, la llevó Fulgencio Angosto, para representar a Cartagena en la procesión del Cristo del Perdón, de Murcia, cuando todavía se realizaban estos intercambios que a los bordesicos cartageneros tanto regocijaban.


Isidoro Valverde

Publicado en Ecos del Nazareno 1980